Lectura para el domingo 29 de marzo
del Santo Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo".
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo".
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?".
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar".
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron;
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?".
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Nazareno".
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos".
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
Palabra del Señor.
“He aquí que viene tu rey, humilde, montado sobre un pollino” (Zacarias 9,9)
La antigua tradición de proclamar el Evangelio de la Pasión y Muerte de Jesucristo el domingo anterior a la Pascua se remonta a la época en la cual las celebraciones de la Semana Santa estaban reducidas al mínimo. La finalidad de tal lectura es la de llevar a los oyentes a la contemplación del misterio de muerte que prepara la Resurrección del Señor y que es, por lo tanto, la condición por la cual el creyente ha entrado en la “vida nueva” en Cristo. El uso de hacer esta larga lectura entre varios lectores sirve, no solamente para hacer menos monótona la proclamación o para facilitar una escucha atenta, sino para hacer que la participación de los oyentes sea más emotiva, como si se quisiera transmitir la sensación que ellos están presentes y son agentes de lo que se narra.
Las dos lecturas que preceden al Evangelio de este domingo, contribuyen para dar una perspectiva interpretativa del texto: el Siervo de Yahvé es Jesús, el Cristo, Persona divina que, a través de la muerte ignominiosa que padece, llega a la gloria de Dios Padre y comunica su propia vida a los hombres que le escuchan y lo acogen.
En la lectura de la Pasión y Muerte de Jesús, durante la Semana Santa, no es conveniente hacer un análisis o una investigación racional de los hechos, si conviene leer varias veces el texto en silencio, teniendo como guía única los breves títulos, que tratan de ser una llave para ayudar a sentir el texto y a experimentar de nuevo el amor de Dios que se revela en los comportamientos de Jesús ante aquéllos que lo apresan, lo insultan, lo torturan y le dan muerte, también, en el curso de la lectura, no pensemos sólo en Jesús, sino en los millones de seres humanos (independientemente de la raza, nacionalidad o credo al que pertenezcan) que hoy están en las cárceles están siendo torturados, insultados y asesinados.
Por lo general, cuando leemos la pasión y muerte, miramos a Jesús y el sufrimiento que le fue infligido. Pero, también, vale la pena mirar aunque sea una vez a los discípulos y ver cómo reaccionaron ante la cruz y como la cruz repercutió en sus vidas; porque la cruz sirve de piedra de comparación.
Marcos, como he dicho anteriormente, escribe para las comunidades de comienzos de los años setenta, comunidades que, tanto las de Italia como las de Siria, vivían su propia pasión. Se confrontaban con la Cruz de varios maneras, habían sufrido las persecuciones en la época de Nerón, durante los años sesenta donde muchos habían muerto despedazados por feroces bestias, mientras otros habían traicionado, negado o abandonado su fe en Jesús, como por ejemplo Pedro, Judas y los discípulos.
Por un lado unos se preguntaban: “¿resistiré la persecución?”, mientras por otro lado otros ya estaban cansados después de haber perseverado durante tantos esfuerzos casi sin resultados. Entonces entre los que habían abandonado la fe, algunos se preguntaban si era posible todavía volver a la comunidad, querían, necesitaban recomenzar el camino, pero no sabían si ese regreso era posible o no, pues decían “una rama cortada no tiene raíces”, así y todo ellos tenían necesidad de motivaciones nuevas y fuertes para poder emprender de nuevo el camino, tenían necesidad de una experiencia renovada del amor de Dios que superase los errores humanos. Pero, ¿dónde encontrarla?
Tanto para ellos, como para todos nosotros, hay respuestas en los capítulos del 14 al 16 del Evangelio de Marcos, que describen la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Porque en la pasión de Jesús, momento de la más grande derrota de los discípulos, se encuentra escondida la más grande esperanza. Mirémonos en el espejo de estos capítulos, para ver cómo los discípulos reaccionaron ante la cruz y como Jesús reacciona a la infidelidad y debilidad de los discípulos; solo así descubriremos cómo Marcos anima la fe de las comunidades y cómo describe quién es verdaderamente discípulo de Jesús.
El telón de fondo de la pasión es el siguiente:
Jesús al término de su actividad misionera, llegando a Jerusalén es esperado por los hombres que detentan el poder: Sacerdotes, Ancianos, Escribas, Fariseos, Saduceos, Herodianos, Romanos. Ellos tienen en sus manos el control de la situación… no permitirán que Jesús, un carpintero del interior de la Galilea, provoque desórdenes. La muerte de Jesús ya había sido decidida por ellos. Jesús era un hombre condenado, de ahora en más se cumplirá lo que Él mismo había anunciado a los discípulos:”El Hijo del Hombre será entregado y muerto”.
La narración de la pasión nos mostrará que el verdadero discípulo que acepta seguir a Jesús, el Mesías Siervo anunciado por Isaías, y hacer de su vida un servicio a los hermanos, debe cargar la cruz y caminar tras las huellas de Jesús. Por esa razón si la historia de la pasión pone el acento en el abandono y el fallo de los discípulos, no es de ninguna manera para desanimarnos, por el contrario es más bien para resaltar que la acogida y el amor de Jesús superan el abandono y el fallo de los discípulos.
Una mujer, cuyo nombre no se da, unge a Jesús con un perfume muy caro. Los discípulos critican su gesto, pues piensan que es un derroche. Pero Jesús la defiende diciendo: “¿Por qué la molestan? Ella ha cumplido conmigo una buena obra. Ha ungido anticipadamente mi cuerpo para la sepultura”. Y es que en aquella época, para quien iba a morir en una cruz, no estaba prevista ninguna sepultura, ni podía ser embalsamado. Sabiendo esto, la mujer se anticipa y unge el cuerpo de Jesús antes de la condena y de la crucifixión. Con este gesto, indica que acepta a Jesús como Mesías Siervo que morirá en cruz, y Jesús que comprende el gesto de la mujer y lo aprueba. En contraste con Pedro quien poco antes había rechazado al Mesías Crucificado (“Lejos de mi satanás, porque tus pensamientos son de los hombre” fue la dura respuesta que recibió de Jesús). De esta manera esta mujer anónima es la discípula fiel, modelo para sus discípulos que no han entendido nada, y el modelo para todos nosotros, en todas las épocas y en todo el mundo”.
En contraste total con la mujer, uno de los doce, Judas, decide traicionar a Jesús y conspira con sus enemigos que le prometen dinero, pero sigue viviendo con Jesús con el único objetivo de tener una oportunidad para entregarlo a las autoridades. Mientras en la época en que Marcos escribía su Evangelio, había discípulos que esperaban la ocasión propicia para abandonar la comunidad que les traía tanta persecución, o ¿quién sabe? tal vez esperaban conseguir alguna ventaja entregando a sus compañeros. Algo parecido a lo que pasa hoy ¿no?
Jesús sabe que será entregado, pero a pesar de la traición por parte del amigo, vive en clima de fraternidad la última Cena Pascual con los discípulos. Seguramente se había gastado mucho dinero para la gran sala “en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones”. Porque era la noche de Pascua. La ciudad estaba llena de gente a causa de la fiesta. Era difícil encontrar y reservar un lugar.
Estando reunidos por última vez, Jesús anuncia que uno de los discípulos lo traicionará, “…uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo”. Este modo de hablar de Marcos acentúa el contraste, ya que para los judíos el “comer juntos” la comunión de la mesa, era la máxima expresión de la intimidad y de la confianza. Así es como, entre líneas, Marcos nos deja el siguiente mensaje a los lectores: la traición se cumplirá por manos de alguien muy amigo, pero el amor de Jesús es más grande que la traición.
Ya durante la celebración, Jesús realiza un gesto: “el compartir” y comparte el pan y el vino, expresión de darse a sí mismo, e invita a sus amigos a tomar de su cuerpo y su sangre. Marcos, intencionalmente, coloca este gesto de entrega, entre el anuncio de la traición y el de la fuga y negación. Acentuando así el contraste entre el gesto de Jesús y el de los discípulos, revelando a las comunidades de aquel tiempo, y a todos nosotros la inmensa gratuidad del amor de Jesús que supera la traición, la negación y la huida de los amigos.
Terminada la cena, mientras se dirigía con sus amigos hacia el Monte de los Olivos, Jesús les anuncia que todos lo abandonarán, huirán y se dispersarán, pero desde entonces les avisa: “Pero después de mi resurrección, iré antes que ustedes a Galilea”. Ellos rompen con Jesús, pero Jesús no rompe con ellos. Él continúa esperando en el mismo lugar, allí en Galilea, donde tres años antes los había llamado por primera vez. La certeza de la presencia de Jesús en la vida del discípulo es más fuerte que el abandono y que la huída. El volver es siempre posible.
Simón, que era llamado Cefas (piedra), es todo menos piedra. Ha sido ya “piedra de escándalo” y Satanás para Jesús (satanás significa tentador) y ahora pretende ser el discípulo más fiel de todos y dice Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré”, pero Jesús le avisa: “Pedro, tú serás el primero en negarme, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces”.
Ya en el Huerto de los Olivos, Jesús entra en agonía y pide a Pedro, a Santiago y Juan que oren por Él. Jesús está triste, comienza a tener miedo, y busca el apoyo de los amigos, pero ellos se duermen, no fueron capaces de estar una hora en vigilia con Él, y esto no ocurrió una sola vez, sino que tres veces. Nuevamente vemos que el contraste entre la conducta de Jesús y los tres discípulos es abismal, en el Huerto, en la hora más dura de Jesús, es donde se desintegra el ánimo de los discípulos.
Al caer la noche, llegan los soldados, guiados por Judas, y el beso, señal de amistad y de amor, se convierte en señal de traición. Judas no tiene el valor de asumir su traición, por el contrario lo enmascara. Durante el arresto, Jesús permanece tranquilo, como dueño de la situación, ¿tratando de leer el significado del suceso: “Se cumplirá por tanto las Escrituras”? Pero los discípulos todos lo abandonaron y huyeron.
No queda nadie. Jesús se queda sólo y es conducido ante el tribunal del Sumo Sacerdote, de los Ancianos y de los Escribas, llamado también Sanedrín. Allí es acusado por falsos testigos, Él calla. Sin defensa, es entregado en las manos de sus enemigos. Cumple así, cuanto ha sido anunciado por Isaías respecto al Mesías Siervo, que fue arrestado, juzgado y condenado como una oveja sin abrir la boca. Jesús interrogado asume el hecho de ser el Mesías: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo", y lo asume bajo el título de Hijo del Hombre. Finalmente es abofeteado por alguien que lo ridiculiza llamándolo Mesías Profeta.
Reconocido por la sirvienta como uno de los que estaban en el Huerto, Pedro niega a Jesús, llegando a negarlo con juramento y maldición (“Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando”). Ni siquiera esta vez es capaz de asumir a Jesús como Mesías Siervo que da la vida por los demás. Pero cuando el gallo canta por segunda vez, él recuerda la palabra de Jesús y comienza a llorar. Es lo que sucede a los que tienen los pies con la gente, pero la cabeza perdida en la ideología de los herodianos y fariseos, y probablemente esta era la situación de muchos en las comunidades del tiempo en el que Marcos escribe su evangelio, y la misma que ocurre hoy en día ¿o no?
El proceso continúa su camino y Jesús es entregado al poder romano y por ellos condenado, acusado de ser el Mesías Rey. Mientras otros proponen la alternativa de Barrabás, quien se hallaba “en la cárcel junto a los sediciosos”. Después de haberlo condenado, le escupen, pero Él no abre la boca. Aquí de nuevo aparece el Mesías Siervo anunciado por Isaías (“Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca."”)
Luego cuando Jesús fue conducido al lugar de la crucifixión, Simón de Cirene, un padre de familia, es obligado a cargar con la Cruz. Simón es el discípulo ideal que camina por la senda de Jesús. Él carga la cruz literalmente detrás de Jesús, hasta el Calvario.
Jesús es crucificado como un marginado, en medio de dos ladrones, y de nuevo el evangelio de Marcos evoca la figura del Mesías Siervo, del que Isaías afirma: “Se le dio sepultura junto a los impíos”. El crimen que se le imputa es “Rey de los Judíos”. Las autoridades religiosas ridiculizan e insultan a Jesús, diciéndole: “Baja de la cruz, para que veamos y creamos”. Ellos querían un gran rey que fuese fuerte, dominador y por esto no han creído en él y mataron al Salvador.
Al mediodía, a eso de las tres de la tarde, se produce una oscuridad total sobre la tierra. Hasta la naturaleza siente el efecto de la agonía y de la muerte de Jesús. Colgado de la cruz, privado de todo, sale de su boca un lamento: “¡Eli, Eli! ¡Lama Sabactani!” Esto es: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” la cual es la primera frase del salmo 22(vs 21), Jesús entra en la muerte rezando, expresando el abandono que siente, reza en hebreo, y los soldados que estaban cerca de Él, y que hacían la guardia, dicen: “¡Está llamando a Elías!” pues los soldados eran extranjeros, mercenarios contratados por los romanos, ellos no entendían la lengua de los judíos, por eso pensaban que Eli quería decir Elías. Jesús colgado de la cruz se encuentra en un abandono total. Aunque hubiese querido hablar con alguien, no le hubiera sido posible. Permaneció completamente solo: Judas lo traicionó, Pedro lo negó, los discípulos huyeron, las amigas estaban seguramente muy alejadas, las autoridades le escarnecían, los que pasaban le insultaban, Dios mismo lo abandona y ninguna lengua sirve para comunicarse. Este ha sido el precio que ha pagado por su fidelidad a su opción de seguir siempre el camino del amor el camino del servicio para redimir a sus hermanos. Él mismo dice: “El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y para dar la vida en rescate de muchos” (Mateo 20,28). En medio del abandono y de la oscuridad, Jesús lanza un fuerte grito y muere. Muere lanzando el grito de los pobres, porque sabe que Dios escucha el clamor de los pobres, con esta fe, Jesús entra en la muerte, seguro de ser escuchado.
La Carta a los Hebreos comenta: “Él ofreció plegarias y súplicas con fuertes gritos y lágrimas a aquél que podía liberarlo de la muerte y fue escuchado por su piedad” (Hebreos 5,7). Dios escuchó el grito de Jesús y “lo exaltó” (Filipenses 2,9). La resurrección es la respuesta de Dios a la oración y al ofrecimiento que Jesús hace de su vida. Con la resurrección de Jesús, el Padre anuncia al mundo entero esta Buena Noticia: “Quien vive la vida como Jesús sirviendo a sus hermanos, es victorioso y vivirá para siempre, aunque muera y aunque lo maten. Es ésta la Buena Noticia del Reino que nace de la Cruz.
Sobre el Calvario estamos delante de un ser humano torturado y excluido de la sociedad, completamente solo, condenado como hereje y subversivo por el tribunal civil, militar y religioso. A los pies de la cruz, las autoridades religiosas confirman por última vez que se trata verdaderamente de un rebelde que ha fallado, y lo reniegan públicamente. Y en esta hora de muerte renace un significado nuevo. La identidad de Jesús viene revelada por un pagano: “¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!” (Mateo 27,54).
Desde ahora en adelante, si queres encontrar verdaderamente al Hijo de Dios no lo busques en lo alto, ni en el lejano cielo, ni en el Templo cuyo velo se rasgó, buscalo junto a vos, en el ser humano excluido, desfigurado, sin belleza. Buscalo en aquéllos que, como Jesús, dan la vida por sus hermanos. Es allí donde Dios se esconde y se revela, y es allí donde podemos encontrarlo. Allí se encuentra la imagen desfigurada de Dios, del Hijo de Dios, de los hijos de Dios. “¡No hay prueba de amor más grande que dar la vida por los hermanos!”
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